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Recordaba aquella calle como un suspiro en su memoria. Ínfimo recuerdo que se agrandó de repente cuando el caserón que tanto temía, aún estaba en pie mostrando sus años orgulloso y semioculto entre la arboleda que creció desenfrenada en los últimos 20 años. Silencio de recibimiento le acompañaba. Sus pasos perdieron ritmo ante el encuentro. Su mirada se deslizaba lentamente como la brisa movía las ramas de las acacias y dejaba ver las ventanas tapiadas como ausentes, las puertas oscuras como bocas retorcidas, y aquellas cúpulas inclinadas tan finas que parecían clavarse en un cielo azul perpetuo.
Se estremeció al ver una figura en la azotea, vestía aquel frac de los años 40. Fue un instante ese encuentro y le pareció tan real como sus manos, que hacían sombra sobre su rostro para enfocar más sus ojos cansados detrás de aquellos gruesos cristales de los anteojos.
Se estremeció al ver una figura en la azotea, vestía aquel frac de los años 40. Fue un instante ese encuentro y le pareció tan real como sus manos, que hacían sombra sobre su rostro para enfocar más sus ojos cansados detrás de aquellos gruesos cristales de los anteojos.
Otra vez aquella casona pasó a ser el centro de su vida. Perdida por varios años en su memoria, sumergida en la nebulosa de los recuerdos que perdían color como sus paredes. Y de repente la historia renace; un reflejo de luz llena su mano con una Magnum 44. Respira rápido entre aquellos árboles de troncos finos y copas bajas que lo protegen del tirador. Alguien en la azotea dispara y grita. Suda su mano que la ve tersa y suave. Ya nada lo detendría, en veloz carrera entra en la mansión. La escalera de mármol blanco es sorteadas a toda velocidad. Despreocupándose de ser un blanco móvil se desliza por la azotea. Alguien de espalda a él, agazapado detrás del pretil, apunta su arma hacia el patio. La voz de su mujer retumba llamándolo, y suena un estampido que se mezcla con horror en su mente. Presiente la muerte debajo de sus pies. No atina a moverse espera el segundo después de su desdicha. Casi ni apunta al tirador, y su arma falla; aquel desconocido se levanta; arma en mano apunta a su cabeza y dispara. Cae por el hueco de la escalera, y amanece un día cualquiera mirando una ventana que enmarca el azul de un día hermoso. El blanco lo rodea con escalofrío, era la prolongación de su mente. No entendía, su memoria había quedado perdida en otro tiempo. Pregunta y la respuesta es la misma: no podemos hablar. Su proceso fue corto, y todas las acusaciones fueron en su contra. Su esposa muerta y él con un intento de auto eliminación.
Con los años fue armando su vida pero nadie escuchó su historia, nadie le creyó. La cárcel le dio resignación y vejez. Al fin la libertad y la búsqueda de repuestas. No le quedaba más que un camino para que su memoria limpiara el oprobio de una equivocación, y fue cuando encontró a ese fantasma merodeando en la azotea. Sus manos vacías querían guiarlo, sus piernas apenas le respondían, pero logró llegar a la azotea. Todo estaba tal cual, hasta el arma que le volvió apuntar, y hasta cuando sintió el disparo que esta vez no fallaría.
Con los años fue armando su vida pero nadie escuchó su historia, nadie le creyó. La cárcel le dio resignación y vejez. Al fin la libertad y la búsqueda de repuestas. No le quedaba más que un camino para que su memoria limpiara el oprobio de una equivocación, y fue cuando encontró a ese fantasma merodeando en la azotea. Sus manos vacías querían guiarlo, sus piernas apenas le respondían, pero logró llegar a la azotea. Todo estaba tal cual, hasta el arma que le volvió apuntar, y hasta cuando sintió el disparo que esta vez no fallaría.










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